Los perros “agresivos” o el por qué necesitamos saber que no sabemos

Cada persona tiene su opinión respecto a cómo “deberían” comportarse los perros, en ocasiones acertada y en ocasiones totalmente tergiversada.  Reconocer y entender los comportamientos propios de la especie es un factor clave en la relación armónica de nuestros perros con otros.

Permítanme iniciar con una anécdota.

Durante los paseos matutinos con mis canijas debemos pasar por una amplia reja frente al edificio donde vivimos.

Cada vez que Dot (una joven perrita de raza mestiza) veía a un perro más pequeño se sobreexcitaba y se emocionaba hasta el punto de saltar de forma entusiasta en dirección al perro que iba pasando frente a la reja y ladraba insistentemente mientras agachaba la parte frontal de su cuerpo y dejaba las patas traseras y el rabito levantados.  Todo ello generaba las invariables malas caras de personas que “sacan a pasear” a sus perros y el subsiguiente jalón de la correa de su “mejor amigo” generando un proceso emocional  en el cerebro del perro que activa sólo dos respuestas posibles, la huida o la confrontación, tratando de “defenderse” del estímulo que parece producir el dolor, la incomodidad y el miedo que acompaña al tirón en el cuello, es decir, el otro perro.

Ante las circunstancias descritas, Dot interpretaba esa situación que inicialmente era emocionante como algo atemorizante que la orillaba a defenderse también. Y todo esto resultaba, casi siempre, en reclamos, juicios y acusaciones groseras sobre lo “agresiva” que es mi perra. 

Para quienes tienen algunas nociones sobre comunicación canina puede resultar evidente que este tipo de lenguaje corporal de mi perrita es una invitación al juego, sin embargo, no todo aquel que incluye en su vida a un perro sabe que éstos animales tienen protocolos complejos de comunicación que involucran movimientos combinados que abarcan el cuerpo, la cola y la cabeza con la intención de hacer saber a otros individuos, pertenezcan o no a su especie, qué tan cómodos y dispuestos se encuentran para ciertas interacciones y grados de cercanía física o qué tanto estrés les producen determinadas situaciones.

Al no saber ciertas cosas tan necesarias como elementales, los humanos tendemos a atribuir características humanas habitualmente desfavorables al comportamiento de nuestros perros y esta forma de “humanización” que parte de una visión antropocentrista a través de la cual tendemos a categorizar el mundo desde una perspectiva que sólo valida y acepta como correcto lo humano, nos aleja de nuestra capacidad de observación.

Dejamos de ver a nuestros perros con empatía y curiosidad convirtiéndolos en objeto de nuestras críticas implacables y nuestras expectativas inalcanzables, entonces  olvidamos que son individuos que merecen vivir en un mundo en el cual se les permita cometer errores para aprender sobre su entorno y experimentar libremente (en la medida que su propia seguridad en un medio urbano lo permita) para crear un criterio propio y que les permitan aprender mediante opciones que no involucren violencia, los comportamientos asertivos y adecuados para una convivencia exitosa en un medio completamente humano.

Teniendo esto en mente, al revisar la anécdota referida al principio, podemos entender que cada uno de los perros involucrados sienten que deben defenderse del otro, Dot percibe la respuesta defensiva del perro que esté pasando frente a la entrada de la casa como un rechazo a su invitación para jugar y se defiende de lo que, desde su perspectiva es un ataque, además de todo eso, ambos perros emiten una respuesta hormonal involuntaria producto del estrés.

Lo peor de todo esto es que este proceso fisiológico y neuroquímico se produce de manera casi simultánea debido a que el tutor de ese perro voluntaria o involuntariamente jala la correa con la que lleva a sujeto al animal “para protegerlo” sin saber que en realidad está impidiendo al perro comunicarse de una manera adecuada para sortear la situación sin necesidad de leer la presencia de otro individuo de su misma especie como un potencial peligro, esto quiere decir que en un alto porcentaje de veces, somos nosotros mismos quienes estamos propiciando las respuestas agresivas de nuestros compañeros pero estamos tan centrados en nuestras ideas de cómo “debería” comportarse un perro, que juzgamos estas respuestas comportamentales o, peor aún, el lenguaje corporal propio del lenguaje canino como una posible agresión.

En mis consultas y platicas siempre menciono que la información es poder, el conocimiento bien fundamentado nos empodera y nos permite mirar con objetividad a nuestro alrededor para dejar de catalogar como problemas lo que son simples piezas de información, cuando nos permitimos aprender sobre la especie con la cual establecemos vínculos tan estrechos y valiosos como los que se dan entre nosotros y nuestros compañeros caninos, estamos dando la mayor muestra de amor y respeto que podemos regalarles porque inadvertidamente nos acercamos más a nuestra humanidad al estar dispuestos a bajarnos de una plataforma de superioridad imaginaria para situarnos a su altura y comprender el mundo desde una perspectiva más próxima a la suya.

Al final de todo, está bien no saber ciertas cosas, muchas veces el desconocimiento se debe a que no tenemos acceso a fuentes confiables, otras veces se debe a que hay exceso de información, sucede sobre todo en redes sociales ya que mucha gente no encuentra diferencia entre un hecho y una opinión y en muchas otras ocasiones nuestras creencias basadas en conocimientos a priori nos alejan de nuestra tendencia natural y humana de sentir curiosidad e investigar el por qué de las cosas.

Sea cual sea el caso, en tanto que incorporamos a individuos que no pueden aceptar de manera voluntaria y consensuada formar parte de nuestras vidas, lo mínimo que podemos hacer es preguntarnos e informarnos sobre sus necesidades tanto particulares como representantes de su especie, además de ser tiernos y divertidos peludos que están más que dispuestos a llenarnos de babas y amor, debemos reconocerlos como seres con motivaciones propias para que, al menos, si no podemos garantizarles una vida enteramente feliz y plena, por lo menos si podamos brindarles una existencia satisfactoria y mejor comprendida.

Por mi parte, en vez de gritarle a Dot o regañarla, armar un escándalo o pelearme continuamente con cada persona que encontraba acompañada de un perro frente al edificio en el cual habito, decidí manejar la situación de una forma que puede parecer contra intuitiva pero resultó maravillosamente efectiva: Decidí cargar a Dot y acariciarla para hacerla sentir segura y contenida mientras Dita (Otra de mis canijas) y yo caminamos esos 10 metros que nos separan de uno de sus lugares favoritos.

 Hice esto durante casi dos semanas hasta que la respuesta cambió, ahora sale emocionada pero si se encuentra otros perros ya no los invade con efusividad, sólo voltea a verme y entonces yo le digo con cariño que todo va a estar muy bien, después se acerca a olfatear y prosigue su camino imitando el comportamiento social de Dita que, por ser una perrita de 11 años, ya es más ponderada y apacible… funcionó porque a veces, integrar el conocimiento de manera práctica, es comprender el mundo desde la mirada limpia de un perro.

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